Me manda una amiga friki el trailer de Deep Blue Sea 2 (malo no, lo siguiente), e inmediatamente me vienen recuerdos a la mente. Allá en 1999, tres amigas del colegio (entre ellas la friki de antes) y yo nos vamos a ver Deep Blue Sea, una película de acción-terror de tiburones asesinos. 14 años teníamos por entonces, y para mí inauguró mi amor incondicional por las películas cutronas de tiburones y otros bichos marinos mutantes con mucha mala leche. Tiburones en Venecia, Sharktopus o por supuesto, Sharknado, de la que solo me han permitido ver la 1º. Lástima que no compartan mi pasión.
Francamente, no tengo ni idea de por qué nos metimos a ver Deep Blue Sea. Mi amiga era una fanática de los animales marinos, pero no íbamos a ver adorables delfines conviviendo en paz con los humanos. El protagonista está de buen ver, pero por esa época a nosotras os iban más los Leonardos DiCaprios de turno y similares más que los musculitos, pero la cuestión es que fuimos.
¿Por qué realmente Deep Blue Sea se convirtió en una película «de culto» para un grupillo de aficionados al subgénero? Bueno, hay varias razones. Contaba con varias caras conocidas (Samuel L. Jackson, Saffron Burrows o Stellan Skarsgard), un cartel digno de fliparse y prometía, al menos, ser un blockbuster de acción entretenido y con buenos efectos. Pero la cosa va más allá.
Ojo, ¡SPOILERS!
No sé si la película se toma en serio a si misma o es un puro cachondeo de principio a fin, pero sea como sea, da la vuelta a los tópicos del genéro y los cuenta con un humor muy cabroncete.
Los ingredientes: una doctora guapa y sexy quiere encontrar la cura para el alzheimer, y se dedica a experimentar con tiburones. Creyendo encontrar la meta, básicamente aumenta los cerebros de los animalitos, que bien lejos de morir por, mmm, macrocefalia, los escualos se vuelven muy inteligentes. Todo lo demás es la lucha de todo el equipo, ya sean científicos, técnicos o cocineros, por escapar de sus fauces.
Aparte de la doctora, tenemos al que financia el proyecto, el tío bueno que cuida a los tiburones, el nigga rapero del Bronx como cocinero y el resto de científicos, que por supuesto son unos pringados. Los animales se los irán comiendo uno a uno de la forma más rebuscada y sorprendente posible.
¿Apostamos a que el negro cocinero-rapero (que lo es, es LL Cool J) muere el primero? ¡Craso error! El menda se las apaña para sobrevivir en cualquier situación haciendo gracias tópicas y echándole valor, claro. Y es uno de los supervivientes finales, y con las dos piernas cuasi intactas.
¿Crees que el director será sentimental y salvará a la protagonista, la cual tiene una escena en ropa interior (perfectamente justificada, por supuesto), y que es la que ha desencadenado todo el marrón? ¡NO! Acaba siendo pasto de los tiburones, aun cuando todavía no esperamos que vaya a palmar. Hala, por lista.
Y por supuesto, nunca olvidaremos la gloriosa muerte de Samuel L. Jackson. Cuando todo el mundo está desmoralizado («¡vamos a morir todos!»), el señor se marca un discurso sobre la grandeza de los ‘mericans, sobre el valor y la lucha, sobre el coraje y el compañerismo, y otros buenos valores imprescindibles para sobrevivir en un mundo infestado por escualos asesinos. Lástima que es interrumpido por el tiburón con ínfulas de pez volador, que de un salto se merienda al patriota de un bocado. Y el cine entero, aún con la boca abierta, se ríe a carcajadas. Podéis deleitaros aquí.
Solo queda el macizo, que aunque tiene cierta tensión sexual con la doctora, no lo es lo suficientemente fuerte como para que se sacrifique para salvarla, aunque parezca que lo intenta. ¡Je! ¿Quién se lo esperaba?
Volví a ver la película una y otra vez. En la época que aún no tenía internet y me prestaban películas de pascuas a ramos, era una delicia pasar un buen rato échandose unas risas. Es que además no hace falta alcohol para disfrutarla. Así que disfruten.
Fuente de las imágenes: IMDB